domingo, 16 de agosto de 2009

DIOS Y EL MODERNISMO

«Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiera su alma? ¿O que recompensa dará el hombre por su alma?» (Mt.16:25).

En pocas palabras, el Señor se refiere que aún con todas estas cosas, con la gloria del modernismo, con sus buenos resultados y ventajas increíbles para los que viven bajo el sistema secular, el hombre sin Dios estará siempre fuera del alcance de la condicionante necesaria para la salvación: La Gracia. El modernismo evolutivo, cuya perspectiva es horizontal (terrenal), como Dios se la mostró al pagano rey Nabucodonosor al ver los reinos del mundo en una representación falsamente gloriosa de ellos por medio de la imagen colosal multi-metálica (Dn. cap. 2), ha hecho del hombre que se mueve sin el Poder del Divino un amante de su producto finito y perecedero, de su progresismo antivertical que se ancla solamente en la razón humana sin trascender a los problema espirituales de cada hombre sobre la faz de la tierra: El modernismo evolutivo puede ser transformado en un –dios-, si se aplican las medidas necesarias para darle forma y posteriormente venerarlo, como el que hace con sus manos la figura material y después se postra delante de ella para adorarla (Is. 40:18- 20). Desgraciadamente, una parte de la humanidad incrédula al Soberano de las Alturas por dar crédito a su capacidad mental para crear cosas, y otros, porque reciben el producto de dicha capacidad para una vida complaciente y no espiritual entran en dicha categoría de adoradores de lo creado. Es así como rechazan la necesidad de un dependencia espiritual Escritural porque la consideran como absurda, porque no ven en la Fe verdadera algo redituable para sus vidas apoyadas complacientemente en todo principio materialista: Tristemente, el –dios- que adoran, no salva, ni sana, ni promete algún reino venidero. El hombre se levanta altivo y arrogante y dice: Dios: ¿Para qué te necesito ¿Aciertas ver todo lo qué yo he creado sin tu ayuda? ¿Qué acaso no he ayudado a esos abrumados por las enfermedades devastadoras, mortales siempre, al no ser por mis elevados y atinados conocimientos de salud? ¡Yo hago la diferencia entre la vida y la muerte: Tú, no, Dios! ¿Acaso estoy lejos de descubrir el absoluto ignoto? ¡Yo lo haré, mas, sin tu ayuda! ¡Un día, lo haré Dios!

El hombre necesita conocer a Dios para darle gloria por sus descubrimientos y de las obras más notables y variadas que asombran al mundo crédulo o no. El hombre deberá entender que su capacidad para pensar y realizar descubrimientos extraordinarios para la humanidad, ya sean altruistas o no, es causa del Poder Divino, al hacerlo criatura inteligente. Dios es benevolente, y ha capacitado al hombre para serlo también. Pero su benevolencia mal lograda, es decir, al no caminar en la senda de luz celestial, sin duda alguna, lo excluirá por siempre del Amado Dios para vida perdurable en su Reino Justicia perdurable. A decir verdad, son pocos lo que le dan la gloria a Dios en este sentido. Si el hombre no cree en el Salvador que viene de Dios, para ser una Nueva Criatura, jamás podrá darle la gloria porque requiere de ser convertido para dársela.

Extraordinarias son las obras y descubrimientos que sólo un puede abrir la boca para alabar la grandeza de la mente humana. Pero más grande es Aquel que la ha hecho, y cuya gloria ha sido cambiada por la del hombre, que es finito, mortal y necio.

El día llegará, y los secretos de los hombres serán revelados por Aquel a Quien no desearon nunca darle gloria. Sólo así, en el día del juicio, muchos inteligentes y capaces modernistas, ya perdidos, cuando todo sea demasiado tarde, podrán entender y glorificar al que hizo los cielos, la tierra y los mares (Ro. cap. 2; Fil. cap.2).

Dios les bendiga.


S E M E J A N Z A

Como hierba es el hombre
Que se seca con el sol,
Como tallo que perece
Con el rayo abrasador.

Es el hombre con su gloria
Cual orquídea en el solazo,
Como fruto que es comido
Por las aves de los campos.

Su riqueza y su victoria
Como flor que se marchita,
A su tiempo crece y muere,
Nunca vuelve para vida.

Como leño en el fogón
Es el fin del hombre impío,
En las llamas es quemado
Y también es consumido.

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